domingo, 8 de mayo de 2011

Los diversos caminos de la fe.

Dicen que si algo distinguía al General era su fe.
Enorme, cimentada en los matices de su propia voracidad, finamente delineada por los límites de la cordura, así era su fe. Y no dudaba en gritar a los cuatro vientos que esa estrecha relación con Él Creador le fortalecía cada vez con mayor intensidad, especialmente después de las intimas charlas que mantenían: “Dios nunca cierra una puerta sin abrir otra” decía, aún cuando la incredulidad de sus más firmes allegados fuese monumental, aún cuando fabulosamente existiera una ingente y permanente inquietud sobre los motivos del General.
Y así el General dirigió hordas que arrasaron comunidades, y el General digirió los múltiples colores del fuego que consumieron las estructuras de las chozas, pero no las estructuras de la vida, ni de la razón, ni de la firmeza de aquellos que diez y nueve, que veinte, que veintiún años después pedirían reivindicación, que exigirían justificación, que saborearía algún día la miel de la justicia terrenal.
Acá, donde los pájaros armonizaban con amaneceres en medio de sonoros y diversos cantos, en medio de la brillantez de ramas que bailaban al compás del viento que inhalaba y exhalaba con el mismo furor con el que lo hacía la silenciosa soledad añorada, en medio del mundo porque el Centro del Universo se encuentro donde hay armonía y aquí se abrían los brazos para la Creación, porque era aquí donde si había fuego era con otra índole, porque su esencia era la del color de un bienestar común que se batía en ollas de barro expeliendo aromas a hombres y mujeres de maíz.
Acá estaba formada por entes puros, forjada por ideales válidos, fortalecida por el sudor de hombres y mujeres que eran los soportes de una generación vívida, real, con sabiduría popular, fijados en futuros sin trampas, ahí estaba toda una comunidad que vivía en paz, que estaba ajena, que emergía porque sabía que la justicia tiene 2 rutas y la hay tanto divina como terrenal, porque también reconocía los pasos de un rebelde milenario que habría venido a predicar equidad, que practicó la probidad, que sembró la paz por medio la razón, de la justicia, de la verdad.
….Y era aquí y era allá, donde los amaneceres ya no llevarían el colorido del sol ni los susurros del viento donde la fe del General era más temida.
Porque no bastaba con levantarse y temer, porque se temía de él, de sus aterradoras huestes, porque los temores iban en sueños y se robaban la paz como los camiones que se robaban a los muchachos y los amontonaban como reses al matadero pero a diferencia de ellas, a estos también les matarían los sueños, la tranquilidad, la esperanza y la transformarían en horror, en dolor, en fusiles sin voz.
Donde el fuego se consumió con la fraterna idealización del bien común, donde se transformó el olor a vida y la consumación del dolor se llevó a cabo, acaso solo por no saber, acaso solo por no compartir falsos y fugaces ideales, acaso solo por buscar un mejor mañana basado en la Justicia social.
Y fue aquí donde pareció por momentos que la mejor forma de recordar se escribiría con 2 erres pero que estas ya no significarían el terror con el que se habían contado antes las historias, sino ahora serían para reivindicar, reinventar, renacer.
Por eso ya no serian de esta tierra, ni Río Negro, ni Rabinal, sino tendrían que emigrar y volver a renacer de la tierra, del agua, como un amanecer fortalecido con el rocío que le irriga la sangre a la nueva vida, con ocasos esplendorosos que indican el clamor del horizonte.
Con noches iluminadas por los astros que darían cada vez más fe para sobresalir aún con el triple de esfuerzo necesario.
Pero aquí donde eran extranjeros en su tierra, sin un origen ni un fin, caminarían de una región a otra con el denominador común de no creer en la banal insensatez, oprobiosa, fermentada con el sabor de la incredulidad de mil lagrimas, de mil quejidos, pero rellena de esa esperanza incesante que los llevaría a ir del frío al calor y viceversa. Y volverían a reverdecer.
Aquí también había fe.
Así que durante mucho tiempo el General fue una especie paradójica en la que se confabulaban intereses y arrebatadas idealizaciones, pero mantuvo siempre la expresión que usted papá, usted mamá tuvieran que tolerar en largas sesiones televisivas: “El Señor nunca cierra una puerta sin abrir otra”.
Y cuando el poder terrenal desapareció y el espacio físico le resulto efímero el General supo entender perfectamente las palabras que siempre dijo. Y es que mientras cruzaba el umbral entre la vida y la muerte vio como exactamente El Señor le cerraba la puerta del cielo. Eso sí, le abrió y de par en par, las puertas del averno.
Y estas comunidades que tuvieron que resistir el paso del tiempo, 20 años, 7 mil días, volvieron a ser lo que eran. Es que ellos tuvieron fe.

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